lunes, 13 de abril de 2009

Hoy ese lugar está vacío . . .

Algún evento en mi niñez me marcó en el sentido que me afecta sobre manera todo tipo de despedidas, en especial las que son por algún tiempo prolongado o para siempre, al final siempre me repongo, mientras tanto no puedo evitar la resaca del luto provocado.

 

Nunca me han gustado las mascotas, en especial los perros, básicamente por el cuidado y la responsabilidad que representa las atenciones que se merecen una vez que uno ha decidido aceptarlas.

 

Hace cuatro años y medio vinieron mis hijos con una perrita con mezcla Chau-Chau y Koker, una bolita de pelos, totalmente negra, una ternura, a suplicarme a pie junto casi al borde de las lágrimas que les permitiera tenerla por mascota y que iban a cuidarla, bla bla bla, a lo cual rotundamente me opuse, pero luego de una media hora de pensarlo y ver la tristeza de ellos dispuse poner a prueba su responsabilidad, al fin y al cabo mi casa tenía dos patios muy grandes.

 

La cachorrita, “Kimy”, bola de pelos negros, mientras estaba dentro de  casa se convirtió en mi sombra, un día sin advertirlo yo se paró justo detrás de mi y le pisé su manita derecha, soltando sendos chillidos y yo sumamente acongojado pensando el sufrimiento que le estaba causando, la cargue, con sumo cuidado le palpé sus huesitos para detectar alguna posible fractura, afortunadamente no pasó del susto, ya recostada en mi antebrazo le hice masaje y ella en retribución me lamía y suspiraba, desde ese momento me cautivó.

 

Fue creciendo, se convirtió en alegría de todos, muy graciosa, juguetona, impresionantemente inteligente, eso si una perfecta guardiana de la casa, sumamente sensible a ruidos, con extraños sumamente agresiva, en fin cumpliendo su tarea de acuerdo a su naturaleza.

 

Hace casi año y medio nos mudamos de ciudad a una casa con un patio muy pequeño, seis metros cuadrados, en la casa anterior casi cincuenta metros cuadrados, por mucho que intentamos entrenarla para que sus “piis” y “popó” no afectaran para tenerla con nosotros en casa, fue infructuoso, además daba pena verla casi en cautiverio. La semana que pasó la regresamos a nuestra antigua ciudad y la regalamos a nuestra antigua sirvienta con quien también había construido lazos de afecto, allá tiene un lugar enorme donde correr y vivir bien.

 

La extraño, cuando me sentaba a escribir en mi computadora ella se acercaba a la pared de vidrio y se recostaba lo más cercano posible y mantenía contacto visual, yo hacía mi parte girando mi silla de escritorio le hablaba con cariño y ella respondía con gestos.

 

Hoy ese lugar está vacío . .  .

 

 


1 comentario:

elultimodepaz dijo...

Pero tenes malas pulgas, asi que no te debes sentir tan solo.