Leyendo el blog de Luisfi, acerca de las carretillas de helados, mi mente se llenó de recuerdos de sabores de olores e imágenes de mi infancia en mi amado pueblo, ahora una pujante ciudad de la costa sur, Chiquimulilla Santa Rosa.
Siempre escucho la expresión que los tiempos pasados fueron mejores, es una verdad para cada persona pues contamos únicamente con el propio y cada uno el de cada quien.
Ayer estuve en mi terruño, saludé a muchos amigos de la infancia, que ahora son adultos cuarentones, Meme “Violón”, Rolando “Chalupa” Abrahán “peluca”, Bene “Bolsa de fierro”, Carlitos “El Pelón”, Polo “Chelona”, Mando “Burra”, hablamos de los ausentes, recordamos los despreocupados y sencillos momentos que compartimos, las noches frescas bajo el cielo estrellado de la costa sur, en el parque cantando al compás de la guitarra tocada magistralmente por Salva “calzón”, David “Chimbi”, Salva Bolaños, los hermanos “Díaz” y muchos más, tantos que quizás no alcanzaría cualquier espacio para mencionarlos, realmente un buen grupo de patojos soñadores, ya adolescentes entonces. Nos preocupaba la violencia? No, era algo desconocido para nosotros.
La escuela pública era la única que existía, por lo tanto asistían todos los niños del pueblo, era el centro social, nos conocíamos todos, la única diferencia que existía para nosotros era la edad. Lo más importante de asistir a la escuela era “la hora de recreo”, que era realmente una hora, las niñas jugaban cuerda, “jacks”, avioncito, basquet ball, juegos de manos, o hacían grupitos para contarse sus cosas. Los patojos jugábamos fútbol, chapas de cera, cincos –canicas-, carteritas, escondedero –mejor si se nos unían algunas niñas bonitas-, placa-placa, tenta, o de guerritas de pandillas en el monte.
A la escuela llegaban vendedoras –aún no se les había ocurrido el negocio de la tienda escolar-, vendían calientes –tortillas con guacamol y un toque de chirmol- tostadas de frijol, guacamol, salsa o sus combinaciones, para bajarnos lo atragantado con “cuquitos” bien fríos uno en cada bolsa del pantalón. Los heladeros no podían faltar. Algunos compañeros llevaban jocotes de corona, mangos de “pashte”, de racimo, marañones, coyoles en miel de trapiche, bananitos. Algunos niños valientes se escapaban de la escuela para ir a comprar choco-bananos a la tienda de don Román Aguirre, a unos cuantos metros de la escuela.
Al final del recreo era normal regresar a clase con raspones sangrantes curados con saliva, algunas camisas rotas, eso si bien sudorosos, sucios, desaliñados y apestosos. Hacíamos línea en los chorros de la escuela para saciar nuestra sed, toda el agua que atragantábamos no era suficiente para calmar nuestra sed. Era agua “pura”? Quién sabe.
Ya en clase todo era algarabía, cuando abríamos los cuadernos los rociábamos con gotas de sudor que salía de nuestros agitados infantiles cuerpos. Que tiempos aquellos.
2 comentarios:
Tu compañerita, de la foto del post anterior, es la que me tiene impresionado.
¿Jugabas tipachas con ella?
tan serio que era el post y estos muchachos no perdonan...
Me gustan los recuerdos. ¡Felicitaciones!
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