martes, 3 de noviembre de 2009

Lecturas para compartir...gobernantes estúpidos.

Nota: Quisiera que los gobernantes de mi país y, de otros países, no fueran tan estúpidos y pudieran, al menos, leer alguna historia…


…,

-¿Cuánto dinero hay en mis arcas, Arthur?

-Nada, señor –contestó éste.

-¿De qué diablos hablas? –Inquirió William con aspereza-. Tiene que haber algo. ¿Cuánto?

-No hay dinero alguno en las arcas, señor.

-¡Tiene que haber dinero!

-Desde luego, entra dinero sin cesar, señor –dijo tranquilamente Arthur-. Pero vuelve a salir, sobre todo en tiempos de guerra.

…,

-¿Cómo ha podido ocurrir esto? –preguntó. –tenemos algunas de las mejores tierras de cultivo del reino. ¿Cómo es posible que estemos sin dinero?

-Hay granjas que se encuentran en dificultades y varios arrendatarios van atrasados en el pago de sus rentas.

-¿Y por qué?

-Una de las razones que escucho con frecuencia es que los jóvenes no quieren trabajar en el campo y se van a las ciudades.

-¡Entonces hemos de impedírselo!

Arthur se encogió de hombros.

-Una vez que un siervo ha vivido durante un año en cualquier ciudad se convierte en hombre libre. Es la ley.

-¿Y qué pasa con los arrendatarios que no han pagado? ¿Qué les has hecho?

-¿Qué puede hacérseles? –Contestó Arthur-. Si les quitamos su medio de vida, jamás estarán en condiciones de pagar. De modo que hemos de ser pacientes y esperar a que llegue una buena cosecha que les permita ponerse al día.

-Bien, si todos los jóvenes se van a las ciudades, ¿qué me dices de nuestros alquileres por las propiedades urbanas en Shiring? Con ellos tendría que ingresar algún dinero.

-Aunque parezca extraño, no ha sido así –alegó Arthur-. En Shiring hay numerosas casas vacías. Los jóvenes deben irse a cualquier otro sitio.

-O la gente te está mintiendo –replicó William-. Supongo que vas a decirme que los ingresos por el mercado de Shiring y la feria del vellón también han caído.

-Sí…

-Entonces, ¿por qué no aumentas las rentas y los impuestos?

-Lo hemos hecho, Señor, cumpliendo las órdenes de vuestro difunto padre. Pese a todo, los ingresos han caído.

-A partir de mañana –decidió William-, vamos a empezar a recorrer el condado. Visitaremos cada una de las aldeas de mi propiedad y ya verán esos campesinos embusteros y quejumbrosos. Tal vez tú no sepas cómo tratarlos, pero yo sí. Pronto averiguaremos hasta qué punto se encuentra empobrecido mi condado. Y, si me has mentido, juro por Dios que serás el primer ahorcado de los muchos que van a verse.


“Los pilares de la tierra”. Ken Follett.



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